El acceso a la estación de tren donde voy al curso funciona fatal, y lo normal es tener que meter varias veces el billete hasta que se te abren las puertas.
El viernes, una chica y yo entramos a la vez, ella por unas, y yo por las de al lado. La máquina engulló nuestros respectivos billetes y, tras unos segundos de análisis infructuosos y de ruiditos, los escupió.
- Jo
Segundo intento. Nada.
- Joooe
Tercero. Nada.
- Jooooooe
Cuarto. Nada
- Joooooodddddmmhhh
A la chica de la lado le estaba pasando exactamente lo mismo, pero ella no hizo ningún ruido raro como yo. Ella dijo claramente:
- Puto Zapatero.
¿Puto Zapatero? Yo la miré una micra de segundo, probablemente con cara de loca, intentando en vano encontrar alguna relación entre Zapatero y los accesos estropeados a Renfe.
Y me entró curiosidad, pero sinceramente, no tanta como para preguntarle.
No hizo falta. A la quinta por fin me funcionó el billete, y a ella no. Mis puertas se abrieron y la dejé atrás, atascada, hablando sola, diciendo entre dientes:
- Puto Zapatero: deja entrar a miles de inmigrantes que luego nos quitan el trabajo, y yo, que soy española, no puedo ni entrar a la estación.
La asociación de ideas era tan absurda y tan sin sentido que me podía haber dado por reír.
Pero lo que me dio fue miedo. Y mucho.
3 comentarios:
La crisis está haciendo aflorar unos instintos xenófobos bastante lamentables.
Si a eso le sumas un derechismo recalcitrante, ahí tienes a tu amiga de torniquete.
Ay, que soy yo
Es verdad.
Lo que me da más miedo es que ahora un montón de gente se atreve a decir en voz alta auténticas burradas que antes solo pensaba, pero se callaba porque estaban mal vistas (comentarios racistas, etc).
Uf.
Publicar un comentario