domingo, 25 de enero de 2009

la sobrina engañada


Hace poco, esperando el metro, se me puso al lado un hombre mayor cargado con bolsas. Olía muy fuerte, a ropa sin lavar sobre hombre también sin lavar.
Cuando llegó el tren, él se intentó meter en el vagón que paró delante, atiborrado de gente, y yo me fui al de al lado, que estaba algo más vacío.
Como ví que el pobre hombre intentaba hacerse hueco y no lo conseguía ni de frente ni de perfil, asomé la cabecilla por entre las puertas de mi relativamente espacioso vagón y le dije:
-Aquí hay más sitio.
Y el señor vino a mi vagón, todo sonrisas.

Y todo olor.

¿Por qué se lo he dicho? -Pensé- Bueno, total, es solo una parada.
Poco a poco, sus efluvios inundaban el vagón, que no estaba tan desocupado, por cierto.
¿Por qué se lo ha dicho? -Sé que pensaban mis compañeros de vagón, lanzándome miradas de odio-.

- Muchas gracias. - Me dijo - Bsbsbsbsbsbsbsbs
O algo así.
- ¿Qué?
- Bsbsbsbsbsbsbsbsbs
Eso es lo que yo le oía, al menos. Porque hablaba bajísimo.
- ¿Cómo?

Nada, ni caso. No parecía que le importase mucho que le oyese o no, pero estaba claro que necesitaba hablar: dejó las bolsas en el suelo, para poder gesticular mejor, y empezó a contarme una historia.
Era un hombre curioso, este.
No debía de haber sido feo, de joven.
Tenía unos ojos muy expresivos.
Y se le veía educado.
¿Qué le habría llevado a esa situación?
¿Dormiría en la calle?
¿Qué llevaría en esas bolsas?
¿Estaría casado? ¿Tendría hijos? Y si sí, ¿se avergonzarían de él?
¿Cuándo sería la última vez que se lavó?
Todas estas cosas pensaba mientras él me contaba vaya usted a saber qué.
Al principio de verdad que hice esfuerzos por enterarme, pero enseguida ví que era imposible. Además, si me acercaba para oírle mejor, el olor se hacía insoportable.

Así que cuando terminaba una frase y me miraba, yo le contestaba, educada y aleatoriamente, cualquiera de estas tres opciones:
a) ahá.
b) si, si
c) claro
Solo variaba cuando él negaba con la cabeza, momento en el que yo contestaba rápidamente:
- No, no, claro.

Y funcionaba.

Aunque una vez le contesté que claro y resulta que me había preguntado que en qué parada me bajaba.
-¡Ah! En esta.
Por eso, viendo que nuestra conversación estaba a punto de terminar, dijo solemnemente, subiendo -a buenas horas- el tono de voz:

- Pues lo dicho; voy a contarle toda la verdad a mi sobrina.

Vaya por dios.
Así que la historia resulta que era interesante, qué rabia.
Podría haber aprovechado la única frase que conseguí oírle para contestar "dí que sí, tu sobrina no merece seguir viviendo una mentira" o algo así, a la altura de las circunstancias, pero no me atreví.

Opté por la respuesta b (si, si), le dije adiós, y salí del vagón.
El se quedó allí, con su historia.
Y con su olor.
De nuevo noté las miradas cargadas de odio del resto del vagón, pero esta vez sobre mi espalda.




1 comentario:

eriko dijo...

Oh!!! Adoro esa manera de narrar algo tan cotidiano, aunque me quede intrigado por la historia que te conto, pero que no oiste. Lastima, y entiendo lo del olor a humanidad, jeje. En fin reportandome desde mi ranchito en la Sierra Norte, ya habia descuidado algunas cosas...